5 pausas que salvan el momento de la comida

Publicado el 19 de noviembre de 2025, 19:36

El caldo se enfría, una cría protesta, la otra se levanta de la mesa sin dejar de platicar en voz alta sus historias del colegio, y ¡pfff! En cuestión de segundos, la hora de la comida pasó de ser una reunión familiar a un espacio de conflicto, con instrucciones en el aire de: “¡Siéntate y come!”.


Pausa del sorbo de agua — reset físico.
¿Te suena familiar el escenario anterior? Es posible que sí. Que incluso a ti te cueste mantener la calma disfrutando de tu comida, deseando terminar lo más pronto posible.
Cuando damos indicaciones a nuestros hijos, es importante dar el seguimiento desde la conducta, sin interrumpirla con nuevas indicaciones.

“—Hija, siéntate en tu silla y come tu caldo.”
Mientras tanto, aprovecha el momento para tomar tu vaso con agua. Sorbe de a poquito, como si jalaras el líquido, sin dejar de mantener la vista en quien ha recibido la instrucción.

En esa acción, además de darle una pausa a tu paciencia, le enseñas a tu hijo que el cuerpo puede calmar la emoción antes que las palabras. Sorber de esta manera te obliga a frenar el habla, relajar la mandíbula y hacer una inhalación profunda antes del trago.

Es una pausa corporal que interrumpe el circuito de la impulsividad… antes del grito que ya se asoma.


Pausa del cambio de tono — reinicia el clima emocional.
Sin saber cómo, el momento del desayuno o la comida se convirtió en un campo de batalla y, lejos de disfrutar compartir alimentos, se vuelve un tormento.
Sin embargo, si hiciéramos un recuento de cómo fue sucediendo, caeríamos en cuenta de que en algún momento sí tuvimos toda la paciencia. ¿Cómo fue que se llegó a la intolerancia y a pasar, de inmediato, a las indicaciones en modo hostil?

Escena en modo hostil: “¡Oye, baja los pies de la mesa, eso no se hace!” — “¡Oye, que te bajes de la mesa!”.
Escena en modo reinicio sonoro: “Hijo, baja los pies de la mesa mientras comes.” — “Hijo, tus manos van en la mesa, tus piernas en la silla.”

La diferencia entre ambas escenas no está en la orden, sino en la melodía con que se dice.
El tono de voz es una señal directa al sistema nervioso del otro: el cerebro interpreta una voz suave como seguridad, y una voz tensa, como peligro.

Más que fingir calma, se trata de refrescar el ambiente antes de seguir hablando.
Cuando la voz vaya subiendo, alguien en la mesa puede decir “pausa de tono” y todos bajan el volumen a propósito. Incluso se puede murmurar, como a modo de secreto, para hacerse más conscientes del propósito… y tomarse un poco con humor.


Pausa del silencio compartido — espacio para procesar.

La fórmula perfecta para gritar es sencilla: prisa + temperamento demandante + ritmos distintos = grito seguro.

Sí, por supuesto: es importantísimo reconocer que las infancias de nuestra casa tienen ritmos e intereses distintos a las personas adultas que cohabitamos.
Y, aun con eso, necesitamos percibir si nosotros respiramos entre frase y frase. Somos un regulador importante en sus vidas; por ello, es necesario marcar pautas de silencio para esperar que se procese la indicación que dimos, para permitir que nuestra molestia no escale.

Modelamos desde distintas formas; las conductas que moldean paciencia y respeto son oro puro.
Una pausa en silencio permite que todos procesen lo que acaba de pasar.
No es castigo ni indiferencia: es dar espacio a que la emoción baje y el pensamiento llegue.

Pausa del humor ligero — reencuentro afectivo.
Recuerdo la anécdota que me contaba una amiga al mencionar que, rendidos ante el berrinche de su pequeño hijo mientras la familia estaba sentada en la mesa, el silencio incómodo reinaba y sólo se escuchaban los alaridos del niño.

Entonces, mi amiga rompe el silencio mirando a su esposo y a su hija mayor, y dice con tono irónico: “¡Ay, quiero un hermanito! ¡Ay, quiero otro bebé!”.

Todos —excepto el pequeño crío— soltaron la risa y aligeraron el momento tenso.
No siempre podremos usar el humor, pero siempre podremos mirarnos con un poco de risa para aflojar la rigidez del momento.

Es una puerta secreta para volver a encontrarnos.


Pausa del después hablamos — posponer para cuidar.

La prisa por corregir desde la inmediatez, como forma de estímulo directo para “educar”, es algo habitual en muchas familias.
Y no está del todo incorrecto; sin embargo, hay ocasiones en que es preferible priorizar cuidar la relación entre las emociones desagradables y la experiencia de la ingesta de alimentos, dando paso a que la corrección sea después del momento de la comida.

Esta pausa trata mucho más de cuidar el vínculo por encima de la corrección inmediata. Entrena para esperar los momentos idóneos y profundizar en una retroalimentación.


Comer juntos no siempre es compartir; a veces, es resistir.

Practica una de estas pausas esta semana. No hace falta que todas salgan bien; basta con que alguna logre detener el impulso y recordarte que estás criando desde la consciencia, no desde la perfección.

La hora de comer no tiene que ser tranquila para ser amorosa. A veces basta una pausa para que vuelva el sabor de estar juntos.

Autora
Elena González
Psicóloga clínica

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